Fernando, Anaïs y Cristina

Llegar a Vicenza fue un intento por empezar de nuevo, y tener la suerte de tener cerca el gran corazón de mi hermano Fernando. Empezar de cero y saber que ellos nos ayudaban en todo cuanto podían.
Las circunstancias y la evidencia de la realidad, el hecho que nosotros habíamos descubierto después de un año, el saber que en esa ciudad nos secaríamos como así estaba de seca la gente que allí vivía, nos empujó a huir, a buscar una sociedad más amable, más abierta, un lugar donde pudiéramos crecer y desarrollarnos, y no simplemente agregar salarios a nuestra cuenta del banco. Los valores humanos que uno pueda tener, no se pueden desperdiciar dentro de una fábrica, por el solo hecho de llenar la heladera y comprarse un auto. Los límites a nuestra creatividad, son los límites a nuestro propio desarrollo como personas. Y cuánto más, si pensamos en nuestros niños.

La necesidad que aguza el ingenio, hasta que es satisfecha. Y luego nos adormilamos creyendo que lo principal está cubierto. Pero es entonces cuando comenzamos a pensar alternativas, porque sabemos que la fábrica (o la oficina, o la escuela) no puede ser para siempre, ni queremos que así sea. Buscar nuevos caminos, nuevas maneras para que la heladera no quede vacía, pero que no nos sequemos por dentro para tal fin. Nuevos caminos para permitir que la familia de gatos siga jugando, porque después de todo para eso estamos en esta vida ¿O acaso no es así?
venerdì 14 aprile 2006
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